Hace 100 años, en 1909, Irving Langmuir, nacido en 1881, entró a trabajar en General Eléctric, en el departamento que investigaba la mejora de las bombillas incandescentes inventadas por Edison.
Para optimizar la vida del filamento de tungsteno, estuvo experimentando con un montón de gases, nitrógeno, argón, helio, hidrógeno, CO2, etc.
Al experimentar con hidrógeno, se encontró con un inexplicable fenómeno que no se producía con los otros gases: la emisión de una inexplicable energía, un enorme calor, superior a los watios consumidos, que desafiaba el 2º Principio de la Termodinámica.
Después de minuciosos experimentos, comprobó que el hidrógeno normal, como moléculas biatómicas, en contacto con el filamento incandescente de tungsteno, se disociaba como hidrógeno atómico. Estos átomos de hidrógeno, al recombinarse otra vez para formar moléculas, emitían una energía muy superior a la absorbida para disociarse.
Langmuir no encontró explicación satisfactoria insólita energía. Las mediciones con instrumentos muy precisos no encajaban con los cálculos. Niels Bohr se interesó en ello, sin poder aclarárselo. Posteriormente comprobó que el hidrógeno atómico también se producía en un arco voltaico (se conoce entre otros como soplete de Langmuir), logrando temperaturas entonces inalcanzables por otros medios, lo que abría grandes posibilidades para la soldadura. Como el objetivo era la mejora de las bombillas, el asunto quedó aparcado, y hasta un siglo después no se le ha prestado la debida atención.
Langmuir recibió el Premio Nobel de Química de 1932 por el descubrimiento de las leyes que rigen los fenómenos de superficie, y que han tenido aplicaciones extensísimas, desde la fibra óptica hasta los pegamentos, a pesar de que Bohr, conociendo sus trabajos con el hidrógeno atómico, lo había propuesto para el de Física.
Pero quizás no era conveniente política y económicamente el divulgar ese asunto, y esos hallazgos permanecieron en el limbo durante casi un siglo. También es cierto que a principios del siglo XX, se ignoraba la posibilidad de la Energía del Punto Cero, y la anomalía que representaba este fenómeno, en contradicción con el 2º Principio de la Termodinámica limitado a la Física de entonces, lo hacía difícilmente merecedor del Nobel. Hasta los años 30, con Dirac, y años después, Feynmann, De Broglie, Wheeler, no se admitió una base teórica que justificara este fenómeno. A Langmuir se le debe el nombre de Plasma para el cuarto estado de la materia.
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